Fray Sebastián de la Cruz González, El Santo Cajabambino


Cajabamba ha sido cuna de grandes hombres que han destacado en las letras, en el arte, en la milicia y en la política; igualmente no se quedó atrás en lo que a la religión y santidad se refiere.

A más o menos 3 kilómetros de Cajabamba, frente a frente se encuentra el caserío llamado Callash, situado en un gran plano inclinado que mira al pueblo y por ende a la iglesia; digo a la iglesia porque en esta historia mucho tiene que ver este santo lugar de oración.

En 1668 nació en este caserío de Callash, el niño Sebastián de la Cruz González Ayala; hijo de Sebastián González y Micaela Ayala, Ambos indios caciques. Fue el mayor de otros dos hermanos que tuvo. El niño fue criado con las santas enseñanzas del cristianismo por ser su padre un hombre muy piadoso, quien llevaba todos los días a sus hijos a oír misa, y en casa al desayunar les hacía rezar el Padre Nuestro, y al llegar a la petición: “El pan nuestro de cada día dánoslo hoy”, sacaba el pan de una canasta dándoles a creer firmemente que de Dios lo recibían.

Desafortunadamente, su padre Sebastián primero y dos años después su madre Micaela dejaron de existir cuando él todavía era muy niño; pero la educación y el ejemplo cristiano que le habían dejado salió a relucir desde esa tierna edad. Quedando bajo la tutela de unos tíos que sobrevivieron.

La ocupación principal del niño fue la de pastor de las ovejas que sus padres habían dejado, y como ya no había quien lo llevase a la misa diariamente, cuando no podía asistir, mientras las ovejas pastaban, él, arrodillado en el mismo lugar del campo donde cuidaba el rebaño; y mirando en dirección a la Iglesia, como predestinado de Dios, tenía la capacidad de escuchar la Santa Misa que el señor cura celebraba todos los días en la iglesia del pueblo de Cajabamba.

Perdido una vez en el campo y echándose la noche encima y sin haber probado bocado todo el día, el enemigo de la inocencia lo aterrorizó con una visión espantosa. Vio que un horroroso incendio se cerraba a su alrededor para abrasarle; pero Dios acudió a su amparo, ofreciéndole frente a sí una ermita con las puertas abiertas de par en par. Corrió a ella, y en el altar vio a Cristo crucificado, que con los brazos desclavados le mostraba su costado abierto y le invitaba a refugiarse en su Sagrado Corazón. Sintiéndose provisto de alas el inocente ángel y lanzando un raudo vuelo se abrazó con su adorado creador, el cual ensanchando la herida del costado, le introdujo en él. Volvió en si el niño de aquel maravilloso rapto y se encontró cerca de su casa.

Pasada la infancia y aprendidas las primeras letras, se consagró a leer la vida de los santos y otros libros de piedad. El Espíritu Santo, que lo instruía, fomentaba en su virginal alma los gérmenes de la más sublime santidad.

Se cuenta que en cierta ocasión, cuando Sebastián era ya un adolescente ayudando en las faenas agrícolas, una yunta de bueyes se rodó por uno de los tantos precipicios que tiene Callash; la gente allí presente alarmada y asustados por el accidente se lamentaban de la pérdida de los animales. Sebastián, conmovido por las lamentaciones, bajó hasta el lugar donde habían caído, y he aquí que los bueyes inexplicablemente resultaron vivos y uncidos como si nada hubiese ocurrido.

Cuando Sebastián contaba aproximadamente con 17 años de edad, un incidente muy penoso y a la vez milagroso cambió el rumbo de su vida. Una tarde de lluvia fue por el rebaño de ovejas que había dejado pastando, cuando de pronto un rayo mató a todas las ovejas quedando él, milagrosamente ileso, sin ninguna quemadura y sin ningún rasguño. Asustado corrió hasta su casa a contarle a sus tutores lo sucedido. Estos fueron al lugar y al ver a todo el rebaño sin vida, su tío lo reprendió duramente, como si la culpa hubiese sido de él. No hubo ni una muestra de alegría por lo que a él no le había pasado nada; al contrario le echaron la culpa de lo sucedido. Decepcionado por esta actitud de dureza, se quedó junto a las ovejas muertas llorando amargamente por la incomprensión y egoísmo de sus propios familiares, y así llorando se acercó a cada una de las ovejas muertas. Pero a medida que las iba acariciando y sus lágrimas caían sobre ellas, una a una se iban levantando y balando vivas y coleando.

Parece que este incidente hizo que Sebastián decida irse de su casa para tomar los hábitos de alguna congregación religiosa.

Encaminándose junto con un padrino suyo por donde siempre veía pasar a tantas personas que decían irse a la costa, se fue por Araqueda, Huacamochal, Usquil, Otuzco y Trujillo donde algunos autores dicen que permaneció por cierto tiempo en uno de los conventos mercedarios y donde posiblemente conoció al Rvdo. Padre Galindo. Allí enfermó gravemente talvez de malaria, que era la enfermedad que le daba a los serranos que bajaban a los valles de la costa infestados de mosquitos.

Estando en el templo y no bien repuesto todavía de su grave enfermedad, dejósele oír la voz de Dios sensiblemente que le decía: “¡Sebastián; a la empresa mayor!”. Alentado por la divina llamada dicen que sin despedirse de nadie abandonó su puesto y en compañía de unos arrieros se dirigió hacia Santa, donde tuvieron que pernoctar. Durmiendo tuvo un sueño tan real que despertó azorado, persuadido de que sus tíos llegaban para aprenderle y obligarle a casarse. Arrojóse sin pensarlo a la rápida corriente, presa de la impresión realista de aquella pesadilla; pero nunca había nadado y empezó a hundirse, cuando visiblemente se le apareció La Santísima Virgen y tomándolo de la mano lo dejó en la otra orilla.

En cajabamba, lugar de nacimiento del santo, se contaba otra historia de este mismo incidente, decía que estando Sebastián a orillas del río Santa, de profundas y caudalosas aguas, temeroso vacilaba si pasar sólo o no. Pues, indio y sin dinero nadie lo quería pasar, a pesar de que mucha gente atravesaba el río en sus bestias y balsas. Permaneció un buen rato en el lugar sin que nadie se apiadara de aquel peregrino escogido de Dios; hasta que para sorpresa de los engreídos y egoístas viandantes, con la boca abierta vieron como Sebastián extendía su poncho sobre las aguas y subía en él trasladándose como si estuviera en una balsa.

Aquella mañana del día en que iba a llegar a Lima, las campanas de las iglesias existentes, inexplicablemente repicaron con alegría sin que mano humana las haya movido. Tal vez por ello fue que cuando Sebastián llegó al convento de las Mercedes, los mercedarios inspirados por la providencia divina recibieron a Sebastián como donado, sin poner las acostumbradas dificultades que imponían las órdenes religiosas, y desde ese momento Fray Luis Galindo, párroco del convento se convirtió en el maestro hermano Cajabambino.

Fr. Ramón Serratosa en su libro: Vida de siervo de Dios, Fr. Sebastián de la Cruz y del Espíritu Santo (del cual se ha sacado mucho de estos pasajes), dice que Sebastián después que llegó a Lima, todavía estaba trabajando en casa de un rico comerciante que lo había ayudado después que a este lo habían asaltado en el camino después que cruzó el río Santa y que después de cierto tiempo de la Merceda llamar a la puerta de la celda de aquel santo varón Fr. Galindo.

-¡Ave María purísima! – Sin pecado concebida – Buenos días, padre santo – Buenos te lo dé Dios, hijo mío. ¿Qué de buenos te trae por acá?- Padre: vengo aquí, para que vuestra paternidad me enseñe a ser santo. Rióse mucho el siervo de Dios (dice el orador) al oír aquella razón tan sincera y encantadora, y le repuso: “En buena hora; entre”.

Era el padre Luis Galindo de San Ramón, un apóstol en el púlpito con el confesionario, en las cárceles y hospitales y un taumaturgo prodigioso en toda clase de necesidades espirituales y materiales; a todo lo cual añadía una laboriosidad infatigable para el aumento del culto divino y el esplendor del templo de Dios.

El padre Luis Galindo, tenía a sus órdenes un buen número de devotos a quienes vestía con hábitos de devoción sin carácter canónico. Este hábito iba a dárselo al nuevo recluta cuando éste le hizo notar que él quería ser donado, con noviciado y profesión.

En aquel tiempo era uso común en todas las congregaciones religiosas el tener a los postulantes para hermanos legos un año o más con hábito sin capilla, antes de vestirlos como novicios. Pero el P. Galindo expuso a los prelados el caso del nuevo candidato y poco después, Sebastián recibió el hábito solemnemente: saya, escapulario y manteo con cuello alto, sin capilla, exclusiva de los religiosos de votos solemnes.

Luego cursó un año de noviciado y profesó con botos simples perpetuos como donado, habiendo rehusado la capilla de lego que el reverendísimo P. Vicario General Fr. Rodrigo de Castro, le ofrecía con gusto especial por su santidad; pero el nuevo Fray Sebastián de la Cruz y del Espíritu Santo, pareció querer ser menos que un humilde hermano lego de obediencia, no osando hombrearse con ello, creyendo que su condición de oblato le libraría de recibir empleos de orden superior; pero se equivocó, porque fue colocado como veremos, en los oficios más delicados y de mayor responsabilidad que se podía confiar, no aun donado de votos simples, sino a hermanos solemnes de la mayor consideración.

Posteriormente continuó al servicio del P. Galindo y le ayudó en la reconstrucción del templo en los terremotos que lo derribaron especialmente el de 1678, el mismo que fue profetizado por nuestro hermano Sebastián, no quedando en Lima ni templo ni edificio en pie, pues desde la catedral hasta el palacio virreinal quedaron hechas un montón de ruinas.

También se dice que le dieron el cargo de Despensero, cosa que se le encomia como superior a la fuerza de un solo hombre, pues entre religiosos y servidumbres sobrepasaba las 300 personas alojadas en los cinco claustros que existían.

Aparte de los trabajos administrativos que llevaba en el convento, hizo de su vida espiritual, ejemplo para sus hermanos de congregación. Pasaba cinco horas diarias en oración y recibió grandes favores del Señor, entre ellos el haberse desprendido de la cruz para abrazarle diciéndole: “Hijo, tú me veras porque soy tu Padre”. A esta imagen del Señor Crucificado, Sebastián le puso el nombre de “El Señor del Auxilio” que lleva hasta el presente.

Como todos los santos, la caridad con el prójimo fue una de sus mejores virtudes; como consecuencia del amor de Dios, y cuanto mayor es éste, tanto más se explaya el que a los prójimos se refiere. Los enfermos y necesitados, tanto de asistencia espiritual como material, fueron el objeto principal de su apostolado, de que Dios se valía de él para el bien de las almas.

Entre algunos de los milagros que Dios realizó por intermedio de este siervo de Dios mencionaremos:

- Hallábase en la iglesia, muy angustiado un caballero que no podía tomar la santa bula por falta de la limosna necesaria; acercósele el hermano y sin más le entregó secretamente, envueltos en un papel, los trece reales que le hacían falta. El caballero quedó agradecido y estupefacto por ser lo que necesitaba y sin haberlo manifestado al santo hermano.

- Eran las diez de la noche en cierta ocasión; el convento estaba cerrado, y él tuvo revelación de que una familia numerosa no había probado bocado desde el amanecer. La madre había mandado a un hijo a la tienda por pan y sin dinero. Por bilocación. El hermano Sebastián se presentó al muchacho y lo proveyó de pan abundante para toda la familia.

-Una pobre enferma, en altas horas de la noche se encomendó a él; y a las cinco de la mañana se le presentó entregándole doce pesos. Preguntándole que quien le había avisado, porque ella no lo había hecho, respondió que Dios, a quién son patentes las necesidades de todas sus criaturas.

Mandaron unos señores a Fr. Sebastián a un muchacho para que le diera una vela de agonizantes para una criada que se les estaba muriendo. El hermano le dio un paño del altar del Señor del Auxilio para que se lo aplicaran, diciéndole que la vela no hacía falta. Riñéronle por no haber cumplido bien el recado; el chico entregó el paño a la enferma y ésta sanó inmediatamente.

Hallándose la iglesia llena de fieles durante los desagravios que se celebraban al Señor del Auxilio, una negra se acercó al hermano suplicándole le curase un dedo enfermo; dijo él que allí quien curaba era el Señor Crucificado; porfiado ella, que siquiera le hiciese la señal de la cruz ; hízosela él con saliva y quedó instantáneamente sana. La mujer alborotó con sus voces la concurrencia, diciendo que aquel padre era santo. No pudiendo él ocultarlo, dijo a la gente que le rodeada llena de estupor: “La fe la ha salvado”.

- Había un caballero dejado en depósito a un comerciante de Huanuco tres mil pesos, diciéndole que pasadas las fiestas del Señor de Huamantaga (parroquia regular de la Merced), a donde iba a asistir y que se celabraba el día de la Santa Cruz del 4 de mayo, regresaría por allá a recogerlo. El comerciante quebró y no tenía como devolverle. Vino el dueño desconsolado pero el hermano Sebastián le dijo que no se preocupara. Cuando llegó a su casa encontró sobre la mesa el dinero completo que había prestado.

A una enferma muy grave de hidropesía la curó repentinamente aplicándole la cinta del Señor del Auxilio.

Su vida fue una continua aplicación al ejercicio de todas las virtudes, según hemos podido admirar desde su infancia.

Su muerte fue tranquila puestos los brazos en cruz sobre el pecho y dilatando los labios con una celestial sonrisa, entregó su alma al Señor, un 17de julio de 1721, a los 53 años de edad.

Sus funerales fueron honrados con la asistencia de todas las autoridades civiles y eclesiásticas, comunidades religiosas y un público tan numeroso, que muchos se volvían sin poder penetrar en la iglesia, en cuya capilla del Señor del Auxilio fue enterrado a una vara de la pilastra del arco del lado del evangelio, en donde se encuentra empotrado un azulejo que indicaba su epitafio, el cual reza así: “El día 17de julio de 1721 murió de edad 53 años el hermanos Fr. Sebastián de la Cruz. Religioso donado del orden de la Merced, de esta provincia de Lima”.

Conocida y respetada fue su vida virtuosa, que todos los personajes importantes de la época lo quisieron tener como amigo y consejero, así don Sebastián de colmenares, Conde de Palestinos, pidió a Fray Sebastián que llevara a su menor hija a la pila bautismal, niña que con el tiempo se convirtió en la condesa de San Juan de Lurigancho.


En 1837, después de 116 años de su muerte lo declararon venerable, pero desde esa época hasta ahora todavía no llegan a declarar su santidad bien merecida, como el hombre cuya vida fue milagrosa, ejemplar y llena de virtudes, verdadera obra del Espíritu Santo a quien dijo pertenecer. Actualmente sus paisanos en coordinación con el clero local y el clero de la Merced están tratando de tramitar la documentación necesaria para lograr la Beatificación y posteriormente la Santificación de este paisano nuestro.
-Fuente: Crónicas y leyendas de Cajabamba. Carlos Quevedo Guerra
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2 comentarios:

  1. Hermosa biografía del venerable fray Sebastian de la Cruz. Él interceda por Cajabamba y la orden de la Merced de Lima

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  2. Una gran historia de un paisano que no lo sabia, gracias a todos los responsables de escribir y difundir lo que se sabe de Fray Sebastian Gonzales Ayala. Felicitaciones. mariabeltranfa@gmail.com cel 955052667. Tengo mucho interes todo lo referente a sus biografia y sus milagros gracias .

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